Los buenos tiempos vuelven en el siglo XVI, la época del Renacimiento. La población y la economía crecen, la cultura clásica se recupera y los grandes descubrimientos ensanchan el mundo conocido: África, Asia y sobre todo América.
También es un tiempo de rupturas. La Reforma religiosa divide a Europa entre católicos y protestantes.
A principios de siglo, la conquista española pone fin a la Navarra independiente y fractura el reino por los Pirineos. Surgen dos Navarras que unen sus destinos a dos naciones rivales, España y Francia.
La imprenta revoluciona la cultura y las lenguas. En su lucha por las almas, los católicos siguen apegados al latín, mientras los protestantes impulsan las lenguas nativas para adoctrinar al pueblo en su lengua.
Las poderosas monarquías inician su centralización política y sus incipientes administraciones impulsando una sola lengua: el castellano de Burgos, el francés de París, el inglés del sur... Compiten el latín y las lenguas “nacionales” de una parte, y estas y otras lenguas y dialectos regionales de otra.
La imprenta y las administraciones provocan también la estandarización de las lenguas. Se investiga su origen y se fija su gramática, ortografía y vocabulario.
Se escribe y se imprime mucho más por la pugna religiosa, el desarrollo de las administraciones, el crecimiento económico y el auge cultural.
El euskera, que sigue siendo la lengua hablada hegemónica en el reino, aflora en la documentación. Por fin comienza a utilizarse por escrito y se imprime, casi siempre para el adoctrinamiento religioso.